martes, 31 de julio de 2007

OJOS QUE NO VEN

Para Paula Díaz.


Inicio el retrato solicitado por la señora cincuentona de cabellera oxigenada y mucho rimel en las pestañas; la señora se acomoda en la silla de madera de la plaza mientras yo, lápiz en mano, el tablero con la cartulina y el trozo de papel higiénico, le rindo homenaje al arte y sus necesidades.

- Joven, tengo unos ojos bellos; hágalos bonitos ¿eh?
- No se preocupe señora… soy bueno con mi trabajo.

Los trazos del lápiz perfilando las líneas del rostro y la textura del cabello, el papel con el polvillo del lápiz torneando: volumen, textura y nada de papada.

- ¿Sabe joven?; soy viuda, hace tres años murió mi esposo y le voy a encargar su retrato… claro, primero quiero ver cómo sale el mío, y ahí hablamos pues.
- No se preocupe señora, mi deber es resaltar esa belleza que usted tiene… y bueno, es Ud. una cliente.

Diez minutos, los dedos negros por el polvo del grafito, el retrato y un fondo difuminado, los ojos con una inusual intensidad y con la misma cantidad de rimel, y al extremo inferior izquierdo la firma… el valor agregado.

- Ahí tiene su retrato - con la limpieza que se precisa.

No supe que sucedió. Me pegué un gran susto. Dudé de la calidad de mi trabajo (algo que no hago hace mucho tiempo). Acaso la falté el respeto. La señora, mirando el retrato se puso a llorar. Luego, se secó las negras y traicioneras lágrimas con un pedazo de papel higiénico que logré alcanzarla muy anonadado e inmediatamente me sacó de mi aturdida y conmocionada mirada.

- No se asuste joven, el dibujo es excelente, pero hay un detalle que me intriga.
- Dígame señora – respondí confuso.
- ¿Conoció a mi difunto esposo? – Ahora más intrigado que antes.
- No señora, es más, a usted la acabo de conocer... ¿porqué me pregunta eso?
- Porque…los ojos… no lo puedo creer.
- Mire señora, le aseguro que me esmeré mucho en los ojos; debo reconocerlo.
- Sí, lo sé…puedo percatarme de eso, pero… los ojos… los… ojos…son los de… ¡esposo!

Me atoré con algún comentario adicional e innecesario; balbuceé algo incomprensible y dije, al final:

- Es un reflejo, un deseo, un recuerdo… no sé, usted lleva la mirada de su esposo; un día antes de su muerte la contempló; se miraron… algo se definió…no sé…
- Puede ser hijo… bueno, discúlpame…soy muy emotiva. Toma tus diez soles, mañana te traigo la foto de mi Pablito…mi esposo que, olvidé decirle, perdió la vista tres años antes de morir.

La señora cincuentona, de grande ojos negros y muy maquillados, de anchas caderas y cabello oxigenado, se sube a un motocarro y parte con rumbo desconocido. Me quedo con los retratos que el policía municipal se los quiere llevar, el lápiz en la mano y con la sensación de impotencia… pude haber hecho más.


Iquitos 13 de octubre del 2005
09:09 p.m.

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