martes, 31 de julio de 2007

EL HOMBRE QUE SE ESCONDIÓ DE SU SOMBRA

A Maritza Ramírez
 
La mañana lo encontró entrelazando sus obligaciones con hilos de colores, el polo envejecido mantiene aún su etiqueta. Taza humeante de café y la melodía radial desde una silla de mimbre en el comedor.

Ocho de la mañana. Hora de partir. El hombre y su obligación monta su bicicleta y raudo, veloz recorre las calles de su ciudad, escupiendo en cada esquina un proyecto artístico sin presupuesto. Sigue pedaleando, llega al Km. 9 de la carretera a Nauta, y una gran nube de polvo lo envuelve: un gran remolino de arena lo eleva con bicicleta y ésta se convierte en hermoso caballo con brillante pelaje negro y enormes alas. Al hombre se le cae de las manos su larga y colorida trenza de obligaciones; cae lenta, moribunda sobre el cementerio del sector y ahí perece: silente, ajena, perversa.

Es un largo y acelerado vuelo.

De un vistazo la ciudad y sus desordenes.

Desde arriba las autoridades y sus delitos; los delincuentes y su autoridad; la pobreza y su silencio, y al lado el plato de aluminio vacío, una cuchara sucia y la vieja guitarra sin la cuarta cuerda, con el calcomanía del “che” Guevara, pegada en ella.

Baja el hombre sin obligaciones con el caballo negro, el mismo que al tocar el suelo se vuelve a convertirse en la retadora bicicleta, la urbana, la ufana, la del asiento flojo y cambios trabados.




 
- ¿Y cuándo es que se escondió de su sombra?
- Cuando terminó de escribir esta historia.

 
Iquitos 09 de octubre del 2005
11:50 p.m.

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