martes, 31 de julio de 2007

EL RELOJ


Era una costumbre, era un hábito que mentalmente detestaba pero orgánicamente disfrutaba. Esa precisión para despertarme a las 10 de la mañana y los reclamos de mi madre: "eres un haragán", "yo ya no estoy para mantener a nadie", "ya no tienes desayuno", no pasaban de ser un libreto que se repetía día a día, sin emoción de por medio.

Nueve y treinta de la mañana. Reloj de manecillas. Reloj sobre el librero. Librero pegado a la pared. Pared que me separa de la habitación de Pepe Lucho, un vecinito precioso con ojos de osito dormilón. El vallenato suena en la radio del vecino, me masturbo pensando en Pepe Lucho. Agitación. Convulsión. Mano derecha húmeda por el dorso. Polo sucio limpiando el dorso de la mano. Se apaga la radio, se hace un silencio extraño... “me parece bien, así descanso un poco más”. Nueve de la mañana... “¿Qué?”; me pongo los lentes... “¡Quién lo manda ser a uno astigmático!”... Cama y yo... Yo y la cama. Cubro mi cara con la sábana y me coge un sueño profundo... muy profundo.
Despierto. Seis de la mañana. Lentes. Seis de la mañana. “¿He dormido un día entero?”. Me levanto. Silencio. Todos duermen. Me regreso a mi cuarto, prendo la luz y la radio; no capta ninguna señal; miro el reloj: ¡La manecilla del segundero gira en dirección contraria!... ¿Qué pasa...? Abro la puerta de la calle, y toda la escena que veo me impresiona, como si se tratara de un video visto en reversa: la gente camina hacia atrás, las motos marchan de igual manera, algunas hojas saltan hacia el árbol a prenderse de sus ramas, los gallinazos vuelan al revés, el gatito devuelve de su boca un pedazo de carne mientras la vecina guarda, muy cómicamente, su jarra con frutas picadas, licuadora, vasos, pan con huevo, servilletas y mesa. Nadie me ve, ya está oscureciendo, voy a ver el reloj: cinco y treinta.
Vuelvo rápidamente a la calle; ahora todos duermen, todo está en silencio; quiero gritar… no me atrevo, pues esta visión me asusta y me fascina al mismo tiempo. La puerta del vecino se abre y sale un asustado Pepe Lucho que me mira con mil interrogantes y muchas gotas de sudor corriéndole el rostro. Me acerco, nos abrazamos y luego de un tierno beso hacemos el amor en la oscuridad de su vereda. Nos despedimos y no nos queda otra que ir a dormir… Definitivamente algo pasa; tal vez, al despertar, así sea como un adolescente promiscuo o un deteriorado anciano, sepa toda la verdad. Cierro la puerta de la casa. La de mi cuarto. Tres y cuarenta de la mañana. Apago la luz. Me echo. Pienso… Pienso… duermo.


Me despierto bruscamente. Lentes. Nueve y treinta de la mañana. Manecillas girando en correcta dirección. Luz en la habitación. Abro la puerta. Todo en movimiento coherente. “Buenos días mami”… “Eres un haragán”… “yo ya no estoy para mantener a nadie”… “ya no tienes desayuno”… Me alegro; todo está normal. Todo fue un sueño, un extrañamente agradable y placentero sueño. Salgo a la calle en el preciso instante que de la casa del vecino… ¡salgo yo!... ¿¡qué!?... Aquel clon, aquella copia se me acerca, sus ojos son extraños, intensos, penetrantes; me coge de los hombros y con voz intensa, casi íntima, dice: “Los deseos siempre se convierten en realidad; había deseado tanto tenerte; han sido noches de represivos sueños, de deseos, de odios reprimidos… ¡Al fin juntos, amor mío!... ¡Al fin cerca…¡Tan cerca…!!... Fue genial lo de anoche… Búscame, no hay problema, estoy dispuesto para ti en cualquier momento; nuestro destino es estar juntos… ¡para siempre!”.
No lo podía entender… absolutamente. Era un zombie camino a mi habitación; me desnudo para darme un baño y algo me hace ir en busca del espejo en la parte interior del closet…
¡Soy Pepe Lucho!… ¡¡Soy PEPE LUCHO…!!

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