viernes, 11 de junio de 2010

MENSAJE RECOMENDADO A LAS PAREJAS


(En realidad el mensaje me conmovió, por eso lo comparto...)



PARA NO PASAR ESE TRAGO AMARGO QUE SE PUEDE EVITAR,


CON MUCHO CARIÑO.

Cuando llegué a casa esa noche y mientras mi esposa servía la cena, la tomé de la mano y le dije: “Tengo algo que decirte”. Sólo se sentó a comer en silencio. Yo podía observar el dolor en sus ojos. De pronto ya no sabía cómo abrir mi boca. Pero tenía que decirle lo que pensaba: “Quiero el divorcio”, le dije lo más suave que pude.

Mis palabras parecieron no molestarle. Al contrario, muy tranquilamente me pregunto: “¿Por qué?” Evité su pregunta con mi silencio, esto la hizo enfurecer. Tiró los utensilios y me gritó: “¡No pareces hombre! Esa noche, ya no hablamos más. Ella lloraba en silencio. Yo sabía que quería saber qué le había pasado a nuestro matrimonio. Pero yo no hubiera podido darle una respuesta satisfactoria. Mi corazón ahora le pertenecía a Heloisa. Ya no amaba a mi esposa, ahora, ¡sólo me daba lástima!

Con un gran sentido de culpa, redacté un acuerdo de divorcio en el que le cedía nuestra casa, nuestro auto y un 30% de las acciones de mi empresa. Después de leerlo, ella lo rompió en pedazos. La mujer que había estado diez años de su vida conmigo ahora era una extraña. Me sentí mal por todo ese tiempo y energía que desperdicio conmigo. Todo eso que yo nunca le podría reponer. Pero ahora ya no había marcha atrás, yo amaba a Heloisa. Por fin mi esposa soltó el llanto frente a mi, eso era lo que yo esperaba desde el principio. Verla llorar me tranquilizaba un poco, ya que la idea del divorcio que me preocupaba tanto, ahora era más clara que nunca.

Al siguiente día, llegué a casa muy tarde, ella estaba en la mesa escribiendo algo. Yo no había cenado, había pasado un día muy intenso con Heloisa y tenia más sueño que hambre, y mejor me retire a dormir. Desperté en la madrugada y ella todavía estaba escribiendo. La verdad no me importó, sólo me acomodé de nuevo en la cama y seguí durmiendo.

En la mañana me presentó sus condiciones para aceptar divorciarse: No quería nada de mí, pero necesitaba, que un mes antes de firmar el divorcio, tratáramos de vivir una vida lo más normal posible. Sus razones eran simples: nuestro hijo tenía unos exámenes muy importantes en ese mes y no lo quería mortificar con la noticia del matrimonio frustrado de sus padres.

Esto era algo en lo que yo también estaba de acuerdo. Pero había más, me pidió que me acordara cómo la cargué el día de nuestra boda. Quería que cada día de este mes, la cargara de nuestro cuarto hasta la puerta de la casa. Pensé que se estaba volviendo loca, pero decidí aceptar este raro requisito con tal de que este mes pasara sin más peleas o malos momentos.

Le platiqué a Heloisa de las condiciones que puso mi esposa. Se rió bastante, y pensó que era absurdo. Dijo en tono burlón: “No importa los trucos que se invente, tiene que aceptar la realidad de que se van a divorciar”.

Desde que le expresé mis intenciones de divorcio mi esposa, no tuvimos ningún contacto intimo. El primer día que la cargué, se me hizo un poco dificil. Nuestro hijo nos vio y aplaudió de felicidad al vernos y dijo: “Papá, me da gusto que quieras mucho a mi mamá”. Sus palabras me causaron un poco de dolor. Desde nuestra habitacion hasta la puerta de enfrente, caminé como diez metros con ella en mis brazos. Ella cerró sus ojos y me dijo al oído, que no le dijera nada al niño del divorcio. Me sentí incomodo, la bajé y ella caminó al autobús para ir a dejar al niño. Yo manejé solo a mi trabajo.

El segundo día fue un poco más fácil. Ella se recargó ligeramente en mi pecho. Podía oler la fragancia de su blusa. Me di cuenta que desde hacía tiempo, no le había puesto mucha atencion a esta mujer. Me di cuenta que ya no era tan joven, había un poco de arrugas en su cara y su pelo mostraba algunas canas. Ese era el precio de nuestro matrimonio. Por un minuto me pregunté si yo era el responsable de esto.

El cuarto día, cuando la cargue, sentí que regresaba un poco de intimidad. Esta era la mujer que me había dado diez años de su vida.

El quinto y sexto día, me di cuenta que el sentimiento crecía otra vez. No le platiqué nada de esto a Heloisa. Conforme los días pasaban se me hacia más fácil cargarla. Quizás el ejercicio de hacerlo me estaba haciendo más fuerte.

Una mañana, la vi que estaba buscando un vestido para ponerse, pero no encontraba nada que le quedara. Sólo suspiró y dijo: “Todos mis vestidos me quedan grandes”. Fue ahí donde me di cuenta, que por eso se me hacía muy fácil cargarla, estaba perdiendo mucho peso, estaba muy pero muy delgada. De repente entendí la razón: estaba sumergida en tanto dolor y amargura en su corazón, que perdía peso son facilidad. Inconscientemente, le toqué la frente.

Nuestro hijo entró en ese momento y dijo: “Papá, ya es tiempo de que cargues a mamá”. Él, ver a su papá cargar a su mamá todos los días, se le había hecho costumbre. Mi esposa le dio un fuerte abrazo. Yo mejor miré hacia otro lado por temor a que esta conmovedora imagen me hiciera cambiar de planes. Entonces la cargué, y empecé a caminar hacia la puerta, su mano acaricio mi cuello, y yo la apreté fuerte con mis brazos, justo como el día en que nos casamos. Pero su estado físico me causó tristeza.

El ultimo día de ese mes, cuando la cargué, sentí que no me podía ni mover. Nuestro hijo ya se había ido a la escuela. La abracé muy fuerte y le dije: “Nunca me di cuenta de que a nuestra vida le hacía falta algo así”.

Me fui a trabajar. Salté fuera de mi auto sin poner llave a la puerta. Temía que en cualquier momento podía cambiar de opinión. Después de un rato, subí al coche y me fui a ver a Heloisa. Al Subir las escaleras, Heloisa abrió la puerta, entonces le dije: “Lo siento mucho, pero ya no me voy a divorciar”.

No podía creer lo que le estaba diciendo, hasta me tocó la frente y me preguntó si tenía fiebre. Quité su mano de mi frente y le dije de nuevo: “Lo siento Heloisa, ya no me voy a divorciar. Mi matrimonio era muy aburrido porque ni ella ni yo supimos apreciar los pequeños detalles de nuestras vidas, no porque ya no nos amaramos, sino porque los hicimos a un lado, pero ahora me doy cuenta que cuando nos casamos y la cargué por primera vez, esa responsabilidad era mía hasta que la muerte nos separe”.



Heloisa en ese momento salió del shock y me dio una fuerte bofetada, y llorando cerró su puerta. Corriendo bajé las escaleras y me fui de ahí. Paré en una florería, ordené un bonito ramo para mi esposa. La chica me pregunto qué le ponía a la tarjeta. Sonreí y escribí: "Siempre te llevare en mis brazos, hasta que la muerte nos separe".

Esa noche, cuando llegué a casa con las flores en las manos y una sonrisa en la cara, subí a nuestro cuarto, sólo para encontrar a mi esposa en su cama... ¡Muerta!

Los pequeños detalles son los que de verdad importan en una relación. No la mansión, el carro, propiedades o dinero en el banco. Esto crea sólo un falso sentido de felicidad que no lo es todo. Mejor encuentra tiempo para ser el amigo de tu esposo o esposa, y tómate todo el tiempo necesario para tener y continuar con esos pequeños detalles que hacen la diferencia.

¡De todo corazón deseo que tengas un feliz matrimonio!

Si no compartes este correo nada te pasara, pero si decides compartirlo, quizás salves un matrimonio.

Muchos de los fracasos en la vida, les sucede a gente que no se da cuenta lo cerca que estaban del éxito cuando se dieron por vencidos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario